Nota de Verónica Toller publicada en diario La Nación el 9 de septiembre de 2019
Una mujer me ofreció trabajar en un bar. Pensé que estaría tras el mostrador», recuerda Elvira. Tenía 19 años. Lo que encontró fue una red de tratantes que la obligó a ejercer la prostitución. Estuvo dos años esclavizada. Un cliente la ayudó a salir, en medio de una persecución y tiros. «Adentro me desconectaba de la realidad. Perdía el sentido de los días. De un encierro pasás a otro, a lidiar con la brutalidad de los clientes, y te metés en el silencio. Dejás de ser vos. La mente bloquea recuerdos, ahora… El corazón me golpea fuerte», repite.
Sonia Sánchez lo dice más claramente: «Ninguna mujer nace para puta». También víctima de trata, explotada sexualmente durante seis años, Sonia fue captada a los 16, cuando apenas había llegado de su Chaco natal y pasaba hambre en la Capital. Cayó en las redes del crimen organizado por un aviso en Clarín: «Se necesita camarera en Río Gallegos. Buena paga». Y hacia allá fue. Hasta los pasajes de avión le mandaron. La esperaban rufianes, mujeres y varones, con revólver a la cintura y perros.
La trata opera sometiendo por esclavitud o por explotación. El tratante o «dueño» tiene control sobre el cuerpo y la vida de otra persona. Mercadería humana. Según la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional -y su protocolo anexo para prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas, especialmente mujeres y niños, firmado en Palermo, Italia, en diciembre de 2000, y ratificado por 171 naciones, este delito incluye captación, reclutamiento, traslado, recepción de la persona, amenazas, uso de la fuerza o coerción, secuestro, fraude, engaño, abuso de poder, y se vale de la situación de vulnerabilidad de la víctima.
En la Argentina hay esclavitud de varios tipos: sexual, laboral, trabajos forzados, servidumbre, tráfico de órganos, prostitución infantil. Entre 2008 (cuando se sancionó la ley de trata 26.364) y 2018, fueron rescatadas en el país 12.000 víctimas varones y mujeres, argentinas, paraguayas, bolivianas, peruanas, dominicanas, coreanas, chinas, especialmente.
Según el Consejo Federal para la Lucha contra la Trata, entre 2012 y 2017 se constataron en el país 11.160 delitos de trata, aunque hubo menos de 4% de condenas con respecto al total de investigaciones abiertas por este tipo de crímenes.
La Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (Protex), que depende del Ministerio Público Fiscal de la Nación, informó en 2017 que las denuncias de trata sexual son las más habituales en la línea 145, aunque el mayor número de rescates se hace por trata laboral.
Números que estremecen
Se calcula que hay 45 millones de personas víctimas de trata en el mundo. El equivalente a toda la población argentina. El 72% son mujeres (según los datos de la ONU), y tres de cada 10 son menores.
Desde 2012, es el segundo entre los negocios clandestinos más rentable del planeta, detrás del narcotráfico y por delante del tráfico de armas.
Las redes de trata cobran unos 100.000 pesos para trasladar de forma ilegal y clandestina a una persona de Bolivia a Buenos Aires. Niños y niñas bolivianos se venden en la Argentina a 2500 dólares, aproximadamente.
En 2015, John Kerry, entonces secretario de Estado de los Estados Unidos, presentó un informe que estimaba el rédito global de la trata en 150.000 millones de dólares.
Hagamos una comparación: «La ley de presupuesto nacional de 2019 de la Argentina estipula gastos por 3.431.746 millones de pesos. Al cambio actual, serían 59.170 millones de dólares -explica Martín Calveira, economista e investigador del IAE-Universidad Austral-. Es decir: el beneficio que obtiene la trata a nivel mundial significa un 254% más que el total de gastos presupuestado por el gobierno nacional argentino para obras, educación, salud, seguridad, etc.». En concreto: las ganancias de las redes de crimen organizado dedicadas al tráfico de personas son dos veces y media más que el total de gastos previsto para el funcionamiento del Estado argentino.
La trata esclaviza. «Saben dónde vive tu familia y hay un castigo ejemplar si intentás escapar. A la hora de dormir se cerraba todo con candado. Nos movían cada 30 días, agachadas en el asiento de atrás -recuerda Elvira. Cuando escapé, me iban a vender a España». Sufría hasta 24 clientes diarios. «No sé qué palabra darle a esto porque no se la encuentro. Quién puede querer vivir así. Intenté morirme, tomé cocaína por boca», admite.
«Bautismo y ablande»
Apenas llegó, Sonia fue sometida al «bautismo». «Cierran el prostíbulo, ponen solamente a la nueva y traen a clientes amigos -dice Sonia a LA NACION. Esa noche hubo unos 40. Fue una violación masiva. Me tuvieron que internar luego, porque estaba muy herida».
El período de «ablande» es un clásico en todos los países y puede durar días. La víctima se resiste y los tratantes la amansan con golpes, amenazas, hambreo, sed, drogas. En el caso de V. M. L., de 14 años, ocurrido en Gualeguaychú, Entre Ríos, la exjueza María Angélica Pivas, que llevó adelante el juicio y encerró a sus captores, describió: «La menor sufrió un ‘ablande’ con violaciones varias, cortes con vidrios calientes, golpes con alambres de púa, patadas a las costillas».
El «cliente» paga por eso que las chicas son obligadas a hacer. Pero a ellas no les llega. «No tenés derecho al dinero: queda en la caja. Ni siquiera a elegir la ropa. Ellos hacen y deshacen. O la comida: guisos hasta con tripas nos cocinaba la mujer de un rufián», cuenta Elvira. La experiencia de Alika Kinan, víctima de trata explotada en Tierra del Fuego y liberada por un operativo de la Gendarmería en 2011, es similar: «Nunca tenés vos el dinero. Siempre lo tienen ellos. Y debés ir a pedirles, para maquillaje, para comida, para el champú, lo que sea», dice a LA NACION.
Drogas y alcohol forman parte del negocio. Las víctimas deben marcar con cintas de colores en la muñeca cuántos «pases» hacen (clientes) y cuántos consumos venden. «La obligación era hacer consumir a los clientes y consumir con ellos -dice Sonia Sánchez. Me golpearon mucho, tengo el oído izquierdo muy lastimado, porque yo no quería consumir drogas».
Elvira tomaba alcohol: «‘Si me drogo no te sirvo -les decía, dejame con el alcohol’. Pensaba que podría manejarlo mejor». Alika se desintoxicaba a sí misma: «Había aprendido que debía alimentarme bien, tomar jugo de naranja, comer cereales, darme cuidados alimentarios».
Hay otros consumos obligatorios. «Una de las chicas vino enferma y enfermó a un cliente. Nos llevaron a todas de noche a inyectarnos penicilina. No preguntaron si alguna era alérgica. Eso fue en Bell Ville, Córdoba. También nos hacían tomar anticonceptivos permanentemente para evitar la menstruación. Y abortar, si alguna quedaba embarazada. Sufrí varias hemorragias y trastornos del sueño por todo esto», narra Elvira.
Penalizar al cliente
«El cliente es otro culpable, te rompe el alma en pedazos», dice Elvira. «Es un prostituyente», sostiene Sonia. En la Argentina existen esfuerzos para lograr una ley de penalización del cliente, siguiendo la experiencia de Suecia, que logró con eso bajar drásticamente la prostitución en las calles y el tráfico de mujeres y de menores.
«Tengo cicatrices, golpes en la cabeza, en los brazos, en las piernas», cuenta Alika. «Me golpearon fuerte en un pecho», afirma Elvira, y recuerda: «A una de las chicas, porque hablaba mucho con un cliente, su rufián la golpeó con cadenas, la quemó con cigarrillos y la pateó; ella se escondía debajo de un auto y se quemó con el caño de escape; la trajo de nuevo y la violó esa madrugada. Se llamaba Noemí, era de Santo Tomé».
Susana Betker tenía 17 años cuando la sometieron. «Me la mataron a los 18. Está comprobado que fue homicidio; abrieron el gas mientras se bañaba y pusieron cintas en las ventanasdice Margarita Meira, su madre. El crimen sigue impune. La Justicia no hizo nada».
Margarita llegó a Buenos Aires desde Misiones hace toda una vida. Esa ausencia de justicia llevó a su esposo, Miguel Ángel Santiago, a estudiar abogacía para poder litigar. En 2015 Margarita fundó la Asociación Madres Víctimas de Trata. El tercer viernes de cada mes el grupo hace una ronda en la Plaza de Mayo y suma una performance en rojo que diseñó Blanca Rizzo, coreógrafa que dirige al grupo Mariposas, de Acción Urbana de Género.
«Pedimos permiso a las Madres originales», dice Blanca a la nacion. «Nuestras hijas son víctimas de un nuevo terrorismo de Estado -agrega Margarita. El Estado sostiene los prostíbulos a pesar de que la Argentina adhiere a tratados internacionales de derechos humanos y aunque hay leyes contra la trata y la prostitución». El 74% de las víctimas de trata sexual liberadas en nuestro país fueron encontradas en prostíbulos.
Connivencia
La complicidad oficial hace posible la trata. «Algunos policías avisaban antes de un allanamiento. Cobraban por protección», afirman Sonia y Elvira. Lo destacan los informes de 2019 y 2018 de la Oficina para el Monitoreo y Lucha contra la Trata de Personas del Departamento de Estado norteamericano: «A pesar de los esfuerzos por hacer penalmente responsables a los funcionarios cómplices, la complicidad oficial [en la Argentina] en materia de delitos relacionados con la trata de personas continuó coartando los esfuerzos en materia de aplicación de la ley».
¿Hay un después? Rehacerse es tarea para el resto de la vida. Elvira tiene hoy claro un punto: «Esclavo es el que vive de la trata y el que la padece. A veces me sale el monstruo de adentro y quiero ir a buscarlos, matarlos. Pero esa no sería yo. Es muy grande el trabajo mental, pero perdonarse y perdonar me hace libre», dice.
Alika se ha reconvertido en líder social, luchadora contra la esclavitud y directora de un departamento contra la trata de personas en la Universidad de San Martín. Y Sonia usa su voz para concientizar: da conferencias, talleres y escribe libros. Margarita y el grupo de madres lograron rescatar a ocho chicas de la trata, y siguen: «Balearon mi casa y colgaron un cartel que decía ‘cerrado por duelo’. No les tengo miedo. Que vengan, los estoy esperando».